jueves, 29 de noviembre de 2012

Venga, adiós.

Aquí todos van de lo que no son. Van de que son los mejores, de que todo lo que hacen esta bien. Pero solo son un montón de imbéciles buscando una forma de llamar la atención. ¿Sabéis lo que me dais a mi? Pena. Me dais pena.
No entendéis la diferencia entre ser graciosos, y herir a los demás.
Y me tenéis harta. Todos. Sois unos putos falsos, vais de mayores y sois unos críos  Y aun encima llamáis críos a los demás. ¿No os dais cuenta de que molestáis? ¿De que os ríen las gracias solo para que os calléis?
Y encima la gente va detrás de ellos para ser mas conocidos.
Sois mosquitas muertas encerradas en cuerpos chulescos. Ladráis mucho pero no tenéis ni idea de lo que es morder. Sois unos putos vacilones, habláis sin saber nada, y nada es lo que os merecéis.
Y es que encima los demás os quejáis, pero vais comiendo de sus manos, como perritos falderos. Por mi, podéis perderos un rato, que no os voy a echar de menos.


miércoles, 14 de noviembre de 2012

You are not alone. [Es un pequeño relato que he escrito, y solo quería compartirlo]


-Creo que voy recuperándome. Poco a poco, pero me encuentro mejor. Me siento bien conmigo misma, he vuelto a reír. Por la más mínima tontería. He vuelto a la rutina, y dispuesta a todo. He vuelto a llevar a mis hijos al instituto, cada mañana. He vuelto a salir, he vuelto a notar el calor del sol por todo mi cuerpo. He vuelto a ser yo misma. Me parece que me estoy curando. Y eso me sienta bien. Muy, muy bien. –Sonrío. Presa de una alegría inmensa.
-Debes tener cuidado. Recuerda que la calma no siempre significa que haya pasado la tormenta. A veces también significa que se aproxima el desastre. –Fruncí el ceño. Suponía que se iba a alegrar. Debía alegrarse, ya que, a pesar de ser mi médico, era mi hermano.
-¿No te alegras?
-Por supuesto que sí. Mírate, llevaba meses sin verte una sonrisa, pero por mucho que pueda alegrarme, voy a seguir alerta, por si te puede pasar algo. Es muy raro que estés tan llena de energía. Después de las últimas semanas. –Suspiro y le sonrío, dándole esa confianza que no tengo.
-No te preocupes. Estoy muy bien, y ahora, si me disculpas, el mundo no se para por mí. Debo movilizarme si quiero recuperarme.
-Poco a poco. No te excedas.
-Tranquilo, que solo voy a comprar al supermercado. –Y eso hice. Fui a comprar y de vuelta recogí a mis dos hijos del colegio. Alejandro y Fabiola. Alejandro era el mayor, tenia quince años y el pelo en punta, como si fuera una escoba. Como lo llevan los jóvenes de hoy en día, básicamente. Fabiola tenía trece años y el pelo largo y rubio.
Cuando se hizo de noche, mi marido apareció por la puerta.
Iba vestido con traje y corbata, como buen empresario que era. Y llevaba su maletín de piel marrón oscuro colgado de la mano.
Abrazo a Fabiola y le revolvió el pelo a Alex. Que gruño divertido. A mí me dio un beso y subió al cuarto, a cambiarse, supuse.
Cenamos, y cuando note un pinchazo en el pecho, me fui a descansar. Ya me había ‘excedido’ bastante por hoy, y me apetecía dormir. Así que me metí en la cama, apague la luz y cerré los ojos. Cayendo rendida en los dulces brazos de Morfeo.

A mitad de la noche, el pinchazo cada vez era más fuerte, hasta que llego a doblarme por dentro, internamente. Pues mi cuerpo ya no se movía. No tenía ni idea de que pasaba, y la impotencia de chillar que me estaban desgarrando por dentro podía conmigo.
Supuse que mi hermano tenía razón. Que realmente el significado de mi calma era que se avecinaba el desastre. Y ese desastre era mi muerte.
Lo sabía porque a lo largo de los meses había leído sobre el cáncer. Sobre sus síntomas y sobre todo lo que tenía que ver con él. Y ahora yo me estaba apagando.
No quería, me negaba. Me negaba a dejar que algo abstracto me matara. Me apartara de mis seres queridos. Me ahuyentara del hecho de seguir viviendo. Me negaba a dejar de sonreír, a dejar de abrazar a mis hijos, a dejar de decirles lo mucho que les quería. Me negaba a dejar a mi marido sin decirle que era el amor de mi vida. Por muchas veces que ya se lo hubiera dicho.
Había tantas cosas que quería hacer y no había hecho. Cosas que me ayudaban a seguir aferrada a la vida con uñas y dientes. Cosas como ver como se graduaban mis hijos. Ver que serian en un futuro. Cosas como explicarle a mi hija que de un día para otro se había convertido en mujer, oficialmente. Cosas como ‘la charla’. Como darles consejos sobre su vida amorosa, o ver al chico a la chica de la cual se enamorarían. Ver como les rompían el corazón y ayudarles a seguir adelante. Ver como se enamoraban de nuevo, ver como se casaban, ver si pondrían la misma cara que puso su padre cuando se entero de que iba a tener un hijo. Cosas como ver a Fabiola tener su primer bebe. Como ver corretear a mis nietos mientras estoy en el salón agarrada de la mano de mi marido, rememorando como hemos envejecido juntos y como nuestra pequeña familia ha crecido en masa.
Y eso es lo que me ayuda a seguir aferrada a la vida. En alma, ya que el cuerpo yace muerto en la cama de matrimonio que tantos recuerdos contiene.
Sabía que el final de esta historia no sería dentro de mucho tiempo. Más bien dentro de poco, y me ha tocado ahora. Me ha tocado en el momento en el que menos quiero. ¿Y porque a mí? ¿Por qué debo morirme yo? ¿Por qué? Me gustaría hacer tantas cosas…
Me encantaría abrazar a mis hijos y a mi marido y no soltarlos nunca.
Siento como mi cuerpo definitivamente se apaga, la vida se oscurece, impregnada con el olor de la muerte. Impregnada por la melancolía y la impotencia. Impregnada del asqueroso hedor del cáncer. Impregnada por mis ganas de seguir viviendo. Por mis ganas de seguir adelante. Por aprovechar la vida, porque nunca sabes si te la quitaran en cualquier momento. Porque mirarme, estoy hablando en mi mente, sola, ni siquiera el eco me acompaña. Deseando tener un solo minuto de mi vida más, para chillar lo mucho que quiero vivir. Lo mucho que lo deseo.
Pero ahora ya no veo ni oigo nada. Ya nunca podre volver a ver el mundo, volver a escuchar la voz del hombre de mi vida, volver a escuchar los gritos de mis niños. Ya nunca más podre ser feliz, porque por mucho que digan del paraíso, el paraíso solo existe si estas con la gente que deseas. Y si ellos no están conmigo, para mí no existe ningún paraíso.
Así que aprovecha cada segundo de tu vida por aquellos que no pueden, saborea el dulce sabor de cada día. Grita muy alto, corre demasiado deprisa, besa muy lento, equivócate lo mínimo, pero aprende lo máximo. Y sobre todo, y a pesar de todo, sonríe, que es por lo único por lo que merece la pena vivir. Porque sonreír y ver sonreír a los demás es un puente a la felicidad. Y la felicidad es algo que deseamos todos.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Retrocedamos al primer beso.


Retrocedamos en el tiempo. Retrocedamos al momento exacto en el que nos conocimos, retrocedamos a cuando decíamos que esto era para siempre. Retrocedamos a cuando el nosotros valía la pena. Retrocedamos a nuestros primeros días. A nuestra primera semana. Retrocedamos a las mariposas en el estomago, a los nervios, a los primeros celos. Retrocedamos a nuestro primer beso. Si, a nuestro primer beso: Necesitado, esperado y perfecto.  Retrocedamos a cuando nos dimos cuenta de que éramos rutina. De que, por mucho que nos queríamos, ya teníamos la confianza de mejores amigos, y no de novios. Retrocedamos a aquel primer te quiero que se nos quedo atascado en la garganta. Retrocedamos a… A nuestra primera vez. A nuestra primera caricia. A nuestra primera discusión. A nuestro primer error. A nuestra primera sonrisa. Si, retrocedamos a cuando éramos felices. A cuando eras aquella parte que me complementaba. A cuando eras tú y nadie más. A cuando el tu y yo dejo de existir formándose en el algo más. Retrocedamos a los primeros llantos, a los primeros piques. Retrocedamos a nuestro mejor recuerdo juntos.
Me pregunto que nos paso. No lo recuerdo muy nítido, la verdad es que las lagrimas me impedían ver a través de la lluvia. A través de la tristeza. Me impedían ver el sol que se alzaba en la colina. Niebla, todo era niebla, niebla que cubría lo que pasaba a mi alrededor, y solo me dejaba ver como el nosotros se rompía.
La verdad es que me hiciste la chica más feliz del mundo. Hiciste que la felicidad cobrara nombre: el tuyo. Hiciste que me enamorara como una loca, que chillara tu nombre tan fuerte que hasta me rasgara el alma, de forma que quedase marcada por tus huellas. Sonreía tantas veces al día que hasta me dolían las mejillas, pero valía la pena porque dijeras que te encantaba mi sonrisa. 
Todavía me gusta cerrar los ojos y recordar el primer beso. Y es que fuiste el primero, el primero que aprendía a tocarme al son de una música inaudible. 
Han pasado muchos otros después de eso, y la verdad es que a ninguno he aprendido a quererle de tal forma que al verle recordara su primera sonrisa. Y que al recordarla, lograra hacerme sonreír a través de una tormenta. Porque eras esa calma que tanto me gustaba. Eras las notas de mi propio pentagrama.


viernes, 2 de noviembre de 2012

Sociedad Suciedad.

El mundo esta lleno de niñatas falsas, niñatos gilipollas, y mas gentuza de la que no consigo librarme.
Niñatas que se meten con los demás por que no tienen vida, niñatas las cuales, en vez de hablar ellas, habla su envidia. Niñatas que no valen nada, y que van de chulitas por el mundo. Y luego están esos niñatos gilipollas que te ilusionan, que te dicen cosas bonitas, que te prometen bajarte la luna, para luego cegarte con la luz del sol. Niñatos de los que te enamoras y luego solo consiguen hacerte llorar, cuando no se merecen tus putas lagrimas.
Me dan ganas de llorar apretada a mi almohada, de pegarle a todas las paredes de mi casa. Me dan ganas de chillar como una loca, de despotricar contra todo el mundo. De echarle la culpa a la Sociedad, aun incluso sabiendo que la culpa la tenemos nosotros por ponernos metas con las cuales perjudicamos a los demás. Solo somos un puñado de inútiles dispuestos a hacerlo todo por tenerlo todo. Y ya me he cansado, me he cansado de suplicarle a ese 'cupido' del que habláis todos, para que le tire la flechita a los dos, y no solo a mi. Me he cansado de tragarme lo que quiero decir, solo para no quedarme sola. Me he cansado de olisquear culos. ¿Y sabéis que? Que ya es hora de que me lo olisqueéis a mi, porque yo ya estoy harta de tanta mierda.